*Por Facundo Rodríguez /Imágen de portada: Facundo Rodríguez

En la década de 1960, en Italia, cerca de la frontera con Yugoslavia, desde una perspectiva de derechos, comenzó un proceso que revolucionaría el abordaje de la salud mental. 

Cuando el Psiquiatra Franco Basaglia, uno de los impulsores de este cambio, y su equipo llegaron en 1961 a la pequeña localidad de Gorizia, se encontraron con un hospital sumido en la miseria y un manicomio donde las prácticas de electroshock y shock insulínico eran usuales. Algo que se repetía en casi todas las instituciones de este tipo. Lo primero que decidieron afrontar fue la pobreza y, de esta manera, lograron una relación con las personas internadas. En sus palabras: “Habíamos comprendido que un individuo enfermo tiene como primera necesidad, no sólo la cura de la enfermedad, sino muchas otras cosas: necesita una relación humana con quien lo atiende, necesita respuestas reales para su ser, necesita dinero, una familia; necesita todo aquello que también nosotros, los que lo atendemos, necesitamos”. Siguiendo con prácticas que se centraban en la dignidad de las personas internadas, en los años subsiguientes, abrieron los pabellones y favorecieron experiencias participativas. Los pedidos surgidos de esas experiencias novedosas  fueron mejoras en su comida, en las relaciones con otras personas,en  la libertad y en el tiempo libre. Lo que cualquier persona pediría…

Esta perspectiva de derechos tenía,  también, un posicionamiento político: la clase trabajadora, en caso de enfermedad, era destinada al manicomio. Las personas internadas pertenecían a las clases oprimidas, y el hospital era un medio de control social. Esas ideas, que tienen plena vigencia hoy, guiaron sus prácticas en los siguientes años. Estaban seguros de que, aunque los manicomios fueran dirigidos de modo alternativo, seguían cumpliendo su tarea de control social. Para este equipo, los manicomios no podían estar gestionados por un médico porque, según su criterio,“la mano del médico es la mano del poder”. Ellos propusieron, entonces, que la clase trabajadora debía tener responsabilidades y poder en la gestión del problema de la salud. Así, la decisión de dar de alta a alguien involucraba no sólo a profesionales, sino también, a las personas del barrio donde iba a vivir. La vecindad, de esta manera, empatizaba y se daba cuenta de que las necesidades de quienes daban de alta eran las mismas que las suyas. Y, en particular, si no tenían dónde vivir, eso también podía pasarle a cualquier habitante  del barrio. De esta manera, se daba una identificación y una integración que, desde una gestión tradicional del manicomio,no se producía. 

El número de internados disminuía en Gorizia y, al mismo tiempo, se fueron creando en la ciudad centros de salud mental. Empezaron a cambiar:de afrontar una enfermedad, pasaron a afrontar una crisis existencial, familiar o de cualquier índole. Pasaron de trabajar con el paciente como objeto a entender su subjetividad. Según Basaglia, “en el fondo, la terapia más importante es que estos pacientes, reprimidos desde el manicomio, pudieran tomar conciencia de su represión.”

Algunas personas que trabajaron en Gorizia, tiempo después,  se fueron a dirigir otros hospitales psiquiátricos y generaron algunas experiencias similares. Basaglia, por su parte, en 1971 comenzó una nueva experiencia en Trieste. Esta vez, el proyecto era aún más ambicioso: eliminar el manicomio y sustituirlo por otro tipo de organización. Entonces, el manicomio, que tenía 1200 personas, desapareció como tal. Pero no por haber sido cerrado sino, todo lo contrario, abierto a la comunidad. La mayoría de las personas que allí estaban recibieron apoyo de la vecindad, consiguieron trabajo y se mudaron a otro lugar. Su salud mental siguió siendo cuidada desde otros centros y con opciones que no requerían la internación. Algunas personas alquilaron en conjunto y se acompañaron en el proceso y, otras, que no pudieron abandonar la institución,  autogestionaron, y habitaron la totalidad del lugar, inclusive  las oficinas, y no sólo la zona de internación. 

El cierre (o la transformación) del manicomio de Trieste se dio en un contexto de movimiento y organización de trabajadores, sindicatos, estudiantes y diferentes sectores de la sociedad italiana. Pero, además, es importante remarcar que esta experiencia tan particular se llevó a cabo, con un importante fundamento teórico y político. Con diálogos y discusiones que Basaglia, quien había estudiado en Padua, mantenía contacto con movimientos de lucha por la Paz, de Derechos Humanos y por la reforma de salud mental que se llevó a cabo en Estados Unidos (cuya Ley se sancionó en 1962 en el gobierno de Kennedy) y con intelectuales de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Basaglia y quienes trabajaron con él, no sólo pensaban en multiplicar estas prácticas y modificarlas desde su trabajo, también decidieron llevarlo a otra escala. Entonces, al mismo tiempo que el manicomio de Trieste iba camino al cierre, impulsaron una ley para que ése fuera el futuro de todas las instituciones de este tipo en Italia. Y, en 1978, el Parlamento Italiano sancionó la Ley de 180 (o ley Basaglia). Esta legislación era muy sencilla, pero marcaría el rumbo de la psiquiatría de Italia y serviría de modelo para repensar los sistemas de salud alrededor del mundo. Entre sus principales puntos, se destacan  el cierre gradual de los hospitales psiquiátricos, que prohíbe que se construyan nuevos y que ingresen nuevas personas; la apertura de centros de salud mental comunitaria como el eje para el acompañamiento de la salud mental; la transferencia gradual de los recursos de los hospitales psiquiátricos a los centros comunitarios; la creación de áreas de psiquiatría en los hospitales generales (pero de no más de 15 camas); y los tratamientos voluntarios, ya que los obligatorios debían ser excepcionales, con garantías específicas y por un tiempo breve (7 días y, si se renovaba debía ser con las mismas garantías).

Si bien puede argumentarse que la ley reforma el sistema, la denominada “revolución de Trieste o Basagliana” radica en pensar una ley de salud mental basada en la dignidad de todas las personas y su consentimiento. También, en que propone desmantelar un sistema que perpetuaba el aislamiento, la discriminación y la estigmatización, es decir, algo tan básico y revolucionario como repensar el sistema desde la igualdad de derechos de TODAS las personas. 

Como era de esperar, esta ley y su implementación tuvo y sigue teniendo problemas para asumirla  y resistencias en Italia, pero, aun así, se implementó, cambió el sistema y, aún más, cambió la perspectiva para siempre. En otros lugares, este tipo de normativas sigue siendo muy difíciles de alcanzar o de poner en práctica. Ojalá recordar esto nos sirva para pensar en qué consisten las normativas y su puesta en práctica en nuestro país, en nuestra provincia y en nuestra ciudad.

Todas las citas fueron extraídas de: Basaglia, F. (2008). La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio. Buenos Aires: Topía Editorial.

*Facundo Rodríguez disfruta de comunicar cómo se construyen los saberes y particularmente aquellos que generan controversias. Realizó el Doctorado en Astronomía y la Especialización en Comunicación Pública de la Ciencia y Periodismo Científico. Actualmente se desempeña como investigador asistente del CONICET.