El deseo no redime ni castiga, solo existe. Querelle por Fassbinder.

*Por Fernando Vanoli
Cerca del final, el marinero protagonista, murmura sobre un muelle de Bret: “Estoy al borde de la vergüenza de la que ningún hombre se recupera / Pero sólo en esa vergüenza encontraré mi paz eterna / Estoy muy débil / He sido conquistado / Conquistado totalmente / Y mis pensamientos son tristes / Tengo sentimientos de otoño, suciedad, heridas mortales en mí.”
Brest existe, es una ciudad portuaria al oeste de Francia. Jean Genet la imaginó como el escenario de su novela, y Rainer Werner Fassbinder desplegó su propia fantasía. La película es un espacio irreal y sofocante: el cielo tiñe todo de un naranja enfermizo, como un atardecer eterno que se niega a desaparecer. En la novela, Genet describió el sol dorado como una ilusión que aligera las fachadas pedregosas de una ciudad dura, donde solo se perciben burdeles, falos y muelles que no llevan a ninguna parte. Todo huele a sudor, sexo y pólvora.
Querelle (1982), la última película que realizó Fassbinder, es la adaptación de la novela Querelle de Brest de Jean Genet. El director, que venía de una filmografía plagada de personajes atrapados por contradicciones y (des)encuentros fortuitos, descubrió en el escritor una materia prima que podría haber sido suya desde el inicio. Más que una historia, es un territorio: un puerto de hombres donde la violencia y la pasión son parte del mismo rito. Querelle es el nombre del protagonista, un joven marino que es objeto de atracción y al mismo tiempo es una máquina de destrucción. Aquí el deseo no redime ni castiga, solo existe.

La puesta en escena de Fassbinder es teatral, saturada, casi irreal. Los fondos pintados, los colores estridentes y las luces modelan los cuerpos con una sensualidad deliberada. Filmó con el pulso de quien sabe que se acerca el final, murió meses después del estreno, a los 37 años, y con la película dejó su testamento. Durante el rodaje, ya tenía una alta dependencia de las drogas y su ritmo de trabajo inhumano lo llevaba a dormir apenas unas pocas horas al día. Se dice que a menudo lo hacía en el suelo del set, completamente agotado, y que en más de una ocasión daba órdenes a su equipo aún medio dormido, mezclando escenas y diálogos de otras grabaciones en proceso. Su obsesión con el cine no conocía límites: en menos de 15 años filmó más de 40 películas, Querelle fue la última pieza de una carrera tan vertiginosa como su vida.



Esta historia no solo la contaron Fassbinder y Genet. El póster de la película es un diseño de Andy Warhol, donde la figura de Brad Davis (actor protagonista) aparece con la inconfundible estética pop. No solo es una pieza promocional, sino una extensión del imaginario visual. El encargo del propio director resonó en la sensibilidad cinematográfica de Warhol, la serigrafía de hombros desnudos y la lengua roja se convirtió en otro icono de la época.
Querelle estuvo rodeada de controversia, no recibió las mejores críticas y tampoco fue un éxito comercial. Algunos elogiaron la audacia estética, el tono onírico y su erotismo deliberadamente exagerado; otros la consideraron una obra confusa, pretenciosa y vacía. Con el tiempo, fue revalorizada y se convirtió en una película de culto dentro del cine cuir y de autor. En 1982, año del estreno, la homosexualidad aún cargaba con las sombras de la clandestinidad y el estigma. El VIH comenzaba a expandirse y con él, una creciente homofobia. Fassbinder, como Genet, no hace concesiones ni busca apaciguar al espectador; su película se enfrenta sin pudor a la representación del deseo homoerótico en su forma más cruda y carnal.


En ese contexto de prejuicios y silencios, la figura de Brad Davis no estuvo exenta de controversia. En 1991, cuando murió, los diarios lo etiquetaron con una certeza engañosa: “el primer actor heterosexual que murió de SIDA”. Su bisexualidad era un rumor denso que evitaba la prensa. Davis entendió temprano lo que significaba un diagnóstico positivo, un secreto que solo fue compartido con su esposa y un círculo íntimo. Las visitas médicas llegaban a su casa con discreción, hasta que no tuvo más opción que la hospitalización a la que ingresaba de noche desdibujando su nombre. Cuando su cuerpo se convirtió en un territorio irrecuperable, eligió su salida asistido en su casa de California.
En un mundo donde las disidencias son más visibles, Querelle sigue siendo perturbadora. No es una historia de liberación, los protagonistas no buscan aceptación, sino un espacio propio donde, si hay identidad, se juega en cada gesto y cada sombra. Lejos de cualquier reivindicación, encarna una masculinidad ambigua que desarma códigos. Fassbinder no teoriza sobre la homosexualidad, pero la inscribe en una poética de lo marginal, donde el cuerpo y la traición son lugares de lucha y placer. Querelle persiste en un territorio incómodo, ajena a reclamos de la diversidad como algo celebratorio, y desafía la visibilidad como algo siempre emancipatorio. Contra la tendencia de ordenar las experiencias en discursos legibles y políticamente seguros, apuesta por lo indescifrable, lo peligroso, lo que no encaja. Nos obliga a preguntarnos si el deseo puede reducirse a identidad, si la marginalidad es solo opresión y qué se pierde cuando la diferencia se somete a los marcos de la corrección y la representación.