Nadie nace hetero, aunque el mundo lo presuma. Por ahora, correrse del dispositivo heteronormativo implica, entre otras cosas, enunciarlo. Cada generación le hace lugar a una progresiva liberación que parece hacer obsoletas cuestiones como salir del closet. Pese a que, a lo largo de estos días en Argentina se agrieta la cordialidad para embestir a las disidencias, y en otras esquinas del mundo la condena a la homosexualidad persevera. La frontera entre lo público y lo privado, entre lo personal y lo político tiene un rol importante: el discurso libertario dice aceptar la libre elección sexual y de género, mientras no sea un manifiesto público, es decir, no goce de reconocimiento político. Extraña idea de libertad que se asoma de las sombras del pasado.  

Unas semanas atrás escuché que existía el Coming Out Day (traducido como el Día Internacional para salir del clóset) y me pregunté qué significa hoy esa expresión. Hace poco se estrenó “Sublime”, la primera película que dirige Mariano Biasin, un largometraje argentino que trata este tema bajo una mirada de época. La historia se desarrolla en un ambiente calmo, el primer acierto para lograr eso es la locación: un balneario bonaerense fuera de temporada. La serenidad acompaña un relato sobre la salida del closet nada cruel del protagonista. Un proceso de descubrimiento y acompañamiento que por momentos parece idealizado, pero que también puede ser un relato del presente. El tema central se desdibuja en el acercamiento a los vínculos a través de la amistad, la música y las exploraciones del amor adolescente. 

Manuel, el protagonista, es un chico blanco de clase media, tiene novia pero está enamorado de su amigo de la infancia. La identidad no se enuncia, hay una marca de fluidez contemporánea que ilumina relaciones más libres y con menos prejuicios. Al alcanzar el primer tercio de la película Manuel termina la relación con su novia y se encuentra con su padre en la cocina; ensaya una línea medio enigmática sobre el agobio que siente. El padre lo lee entre líneas y le responde con una pregunta: ¿Qué tiene de malo sentir algo?, un breve silencio avanza y cierra la escena con una nueva pregunta ¿No hablaste con él? Nadie había dicho nada de un él, un gesto comprensivo, intuitivo. La trama avanza con un Manuel un poco más errático, hasta alcanzar otro tercio con el desenlace esperado.

En los pliegues de encuentros amistosos y familiares, de las conversaciones y silencios que anudan las escenas, está la puerta del closet. Algo que parece ya innecesario enunciar, pero que molesta. La película se encasilla fácilmente en una trama sobre la salida del closet asociada a la adolescencia. Cuando se manifiesta, nadie se escandaliza, nadie se sorprende, porque nadie esperaba una confesión. Nada de esto evita los enojos, los malestares y desamores. Tal vez, un relato demasiado sublime, pero también una mirada actual que se detiene en el proceso y abandona la categoría. 

La expresión “salida del closet” es del siglo pasado y aún se asocia al proceso personal de hacer pública la identidad sexual o de género. Aunque correcta, insuficiente. Hay un extenso universo entre los polos que tironean esta idea: lo personal/privado y lo político/público. Eve Kosofsky Sedgwick discute sobre la limitada eficacia de las revelaciones personales para influir en las opresiones sistémicas e institucionalizadas; dice que aunque estas pueden ser poderosas y perturbadoras, no debe esperarse que generen transformaciones más amplias en la sociedad.

Es difícil encontrar una métrica, pero la visibilidad tiene alcances colectivos y políticos al desafiar normas sociales y estructuras opresivas. Hay derivas históricas de los cambios generacionales que poco a poco dan lugar a la visibilidad, hacen de la salida del closet una estrategia colectiva y generan un proceso un poco más cómodo y de menor peso. No son pocos los ecos en estos días que intentan forzar el cierre de esas puertas que sedimentaron un mundo más amable para las disidencias.

Dentro del universo queer, las identidades no son monolíticas, es posible un camino de identificaciones cambiantes, por lo tanto, hacerse visible no implica estrictamente la definición de una identidad, más bien, es arrojarse fuera de la presunción heterosexual. Aunque hay quienes argumentan que es esta categoría refuerza la heteronorma, pues una sociedad diversa no debería requerir ningún tipo de revelación. Crítico pero simplista para nuestra realidad. En cualquier caso, la decisión de salir no puede condicionarse por ninguna moral que defina plazos y voluntades, constituye una disposición personal, sin opacar su sentido político.

El binomio personal/privado y político/público también nos acerca la pregunta sobre para quién salimos del closet ¿representa reconocernos disidentes? ¿Significa hacerlo público? ¿en qué espacios de sociabilidad? Es inocuo buscar respuestas simples, tal vez no encontremos sentido en elaborar una definición, pero seguramente cada quien podrá hallar en su experiencia momentos que asocie a una salida del closet. Recuerdo que Walt Curtis en Mala Noche describe su salida como un cruce “al otro lado”. Para él significó darse cuenta a los 10 años que era distinto a los otros niños, y dice que lo mantuvo oculto bastante tiempo, sufriendo silenciosamente tener que esconderse. Una situación bastante frecuente: reconocerse pero no hacerlo público. 

Lo fértil de la categoría es que funciona en el cotidiano, es transparente. Encontramos orgullo y libertad en la visibilidad, pero nadie podría asegurar que no hay riesgos allí. Si el clóset simboliza opresión, al salir nos enfrentamos con otras. No se deja atrás el pasado como quien saca la basura y piensa que mágicamente desaparece. El proceso se vuelve continuo, son diversas las situaciones que llevan a atravesar una serie de closets o revelar y esconder la identidad repetidamente. Sara Ahmed señala algo interesante, si bien hoy las personas queers pueden salir del clóset y ser aceptadas, estas formas de reconocimiento están sujetas a una condicionalidad bastante precaria, que nos exige ser el tipo correcto de persona queer y depositar nuestros deseos de felicidad en los lugares que corresponde.

Mientras más político y colectivo se vuelva, menos precario será el futuro. Salir del clóset es, quizás, una de las mediaciones más contundentes del lema lo personal es político. Sublime no recurre a explicitar eso, pero retrata un mundo actual, un poco más amable para reconocerse, para salir del closet, no sin dolores, pero acompañados. Un presente impensado sin las batallas que otras generaciones liberaron.