*Por María Fernanda Espejo

Reflexionar sobre las luchas por los Derechos Humanos, implica hacer un ejercicio de memorias colectivas e intergeneracionales. En el marco de los 47 años del Golpe, intentamos interpelar la memoria histórica trayendo las injusticias del pasado pero también del presente, con una lupa en otras expresiones que han contribuido a las múltiples resistencias. Se abre una conversación que es un puntapié para seguir creando encuentros que permitan repensar otras preguntas, otras formas de construir colectivamente. 

En esta oportunidad, conversamos con Santiago San Paulo. Santiago es actor, dramaturgo, docente y director teatral. Autor de la obra “Ilusión del Rubio”, una de las piezas ganadoras del Concurso Nuestro Teatro, llevada a cabo por el Teatro Nacional Cervantes en el año 2020, durante la pandemia. Allí relata el caso de la desaparición de Facundo Rivera Alegre, en la ciudad de Córdoba el domingo 19 de febrero de 2012.  Una de sus últimas producciones es  “Los ahogados”,una obra  elaborada desde la compañía Teatro de Ilusiones Animadas a partir de un texto de María Teresa Andruetto. 

Podríamos situarnos más allá de 1976 para pensar una época atravesada por golpes militares, violaciones a los Derechos Humanos, torturas, persecuciones y terrorismo de estado en toda latinoamérica. Si tuvieras que reconstruir esta época teniendo en cuenta las distintas expresiones artísticas ¿Qué elementos destacarías (o expresiones) que fueron significativas para la resistencia y la lucha? 

Entiendo que hubo expresiones escénicas provenientes del mundo del arte y que fueron muy significativas para lo que podemos pensar como resistencia al régimen capitalista que vinieron a instalar las dictaduras militares en latinoamérica, el programa Teatro para el Fin del Mundo en México, el trabajo del grupo Yuyachkani en Perú, la compañìa de teatro La Feria en Chile, el grupo Rajatabla en Venezuela, las repercusiones del Teatro del Oprimido en Brasil, el proyecto de Teatro Abierto en Buenos Aires, El Parakultural, las expresiones de Teatro por la Identidad, el ciclo Escena y Memoria en Córdoba, por mencionar algunas que se me vienen a la memoria en un contexto general de pos dictaduras. Y si nos situamos antes de 1976 en Argentina encontramos las locuras que se producían en el Instituto Di Tella, el trabajo de María Escudero y el grupo La Chispa en Córdoba, lo que pasaba con el teatro situacionista o arte de acción. Son variadas las experiencias que han dejado una divina huella en este sentido y también es fuerte el corte que se produjo en el desarrollo de las expresiones teatrales con el advenimiento de la última dictadura cívico-eclesiástica-militar en nuestro país. La represión estatal viene de la reducción del Estado a los pueblos originarios, viene de hace mucho. No podemos olvidar lo que fue la Semana Trágica durante el gobierno de Yrigoyen, acá en los años 60 empezó a organizarse la triple A, no podemos olvidar que el primer decreto de aniquilamiento de la guerrilla se firmó en democracia, durante el último gobierno de Perón. Es por eso que lo que más me gustaría destacar, no son tanto las expresiones del arte escénico, son los elementos artísticos de los cuales se apropiaron las personas que se empezaron a organizar mucho antes del golpe del 76, soñando una sociedad más justa, más libre, una generación de personas que se sintieron abrigadas en diferentes consignas y que tenían ideas y no les costaba tanto llevarlas al cuerpo, personas como nosotres que lograban ponerse de acuerdo y se defendían con toda su vida, armaban grupos, se comunicaban con otros grupos, eran personas contentas de poder hacer lo que creían, inventando ficciones para sobrevivir, para que no les atrapen, para difundir sus convicciones, para expandir sus ideas, para poder juntarse, para seguir en la lucha a pesar de lo áspero que se iban poniendo las circunstancias sociales.  Una foto de principios de 1967: Estamos frente a un espejo de una habitación de hotel, la foto es una selfie en un hotel de La Paz, el personaje de la autofotografía es pelado, algunas canas en la nuca, lentes de marco ancho, traje, es el che Guevara meses antes de esa otra foto que difunden los milicos bolivianos y la CIA cuando lo atrapan y asesinan en La Higuera. A esos elementos me refiero, y cómo idea y cuerpo estaban estrechamente unidos. Eso es el teatro. Eso es la vida. Hay muchísimos ejemplos, los códigos, los doble fondo para transportar material gráfico, las señas en las cárceles, los pasaportes, la contrainteligencia revolucionaria, el minuto: que consistía en una especie de guión que se armaban en un minuto dos personas que se encontraban para charlar de lo que tenían que charlar pero necesitaban ante un guión ficcional por si aparecía un patota, un policía o los propios militares y esas personas eran sometidas a un careo por separado, te jugabas la muerte, había que decir lo mismo que la otra persona: nos juntamos a charlar sobre un exámen de matemáticas que tenemos la semana que viene, había que decir el quién era el profesor, cómo eran las aulas de la facultad de ciencias económicas, y en el mejor de los casos tener un nombre propio que realmente figure en los legajos de esa facultad. Y después del golpe del 76, la acción colectiva de las madres de plaza de mayo dando vueltas a la plaza, al principio no eran más de treinta, el signo del pañuelo, su histórica pregunta: ¿Dónde están? ¿Dónde está esa generación de jóvenes desaparecidxs? ¿Dónde están? Creo que esos son elementos artísticos muy reales y muy significativos para la resistencia y la lucha, esa capacidad de juntarse, de hacer comunidad. Y hay un teatro que es eso, comunidad, grupo, convención, ficción verdadera, vida, encuentro, y se contrapone con otra idea de teatro que es autobombo, propaganda capitalista, mentira fácil como el discurso de muchos representantes en esta idea endeble de democracia que se nos mete en los cuerpos.      

        

Entendiendo que los límites entre el arte y la política pueden ser difusos, ¿Qué lugar tiene el arte para la construcción de poder popular?

¿No sería mucho pedirle al arte que tenga un lugar en la construcción de un poder popular? pregunto y me lo pregunto. Creo que el arte es un medio de muchas irregularidades, de falta de respeto, de ataque a los patrones culturales. Recuerdo, de mis años como estudiante cuando investigaba los orígenes del teatro, haber descubierto la figura del Heyoka. Heyoka es una expresión oral para denominar el rol que cumplían unas personitas de la tribu en el rito sagrado de las comunidades sioux, que nadie podía reconocer durante las ceremonias donde se presentaban con sus cuerpos denudos pintados con rayas negras (lo que da pie al progreso para confeccionar los trajes de los presos en norteamérica y que tan bien ridiculizó Carlitos Chaplin en el film el Peregrino), y que oficiaban de payasos, acróbatas, bufones, danzarines con el objetivo en el juego de roles de burlarse de los dioses y de las cosas y las ideas que la comunidad creía valiosas. De ésta manera los Heyokas reafirmaban la creencia. Y una figura muy similar tenían los pueblos onas en la Patagonia, mucho antes por cierto de la Comedia Dell’arte y el Circo criollo. Es el humor sobre lo que sí creemos. La más íntima expresión fascista que nos han metido creo que es la represión del humor, o (por extensión) de la subversión interna, ese movimiento, ese gesto, tan popular por cierto, de hacer funcionar los valores comunes por la inversa o por la auto crítica. Eso me parece importante para pensar y ver los modos de hacerlo carne al interior de las comunidades de la izquierda, de los movimientos sociales. Y se trata de un rol que en términos generales posiblemente pueda asumir el arte, que en esencia es contracultura. Por eso me resulta muy difícil enmarcarlo dentro de una construcción de poder, aún siendo de las clases oprimidas o los grupos de liberación. Hoy el enemigo más visible del arte que encuentro es la construcción de la realidad que llevan adelante los medios hegemónicos de comunicación. Me parece muy valioso que el arte vuelva al relato en este sentido, para ampliar imaginarios y permitirse ser, y deje ya de enmarañarse tanto como nos enseñaron que era el teatro de buen gusto, iluminado, inentendible. Para distanciarse, como contracultura sensible, reflexiva, es preciso antes identificarse con algo, hacer pie en algo cultural. 

Y después están los públicos y los circuitos, para quiénes hacemos lo que hacemos, en qué lugares. Una obra, o un espectáculo, que no puede montarse más que en una teatro clásico caja negra, y cuyos artistas son totalmente desinteresadxs sobre la vida, los intereses, los problemas, de las personas que pueden llegar a asistir al teatro, me parece un poco arcaico, pero bueno eso es lo que nos siguen enseñando en las academias de arte, con referencias extemporáneas, extranjeras, y después son pocas las personas que pueden dedicarse al arte como trabajo sin otro ingreso económico que les permita pagar las cuentas, porque no pasan de las treinta funciones por espectáculo y es el único proyecto que tienen andando. Es lógico. El sistema es muy lógico, una actitud artística podría ser romper un poco con eso y animarse a estar cerca de la gente que habita el mismo territorio de quienes hacemos teatro. Y hay muchos grupos y artistxs que lo hacen, también es necesario que como organizaciones sociales, organismos de derechos humanos, colectivos militantes, aprendamos a valorar esa actitud.        

Desde tu trayectoria, ¿Qué lugar tiene la política en tus trabajos artísticos? En este sentido, ¿Cómo surge la propuesta de la obra sobre la desaparición de Facundo Rivera Alegre?

Me interesan en particular los proyectos temáticos. Es decir tener en claro qué vamos a investigar con los procedimientos, dispositivos y antilógicas escénicas. Porque el teatro es, por sobre cualquier otra cosa, un absurdo. O como lo dice Cortázar en su cuento Instrucciones para John Howell: un teatro no es más que un pacto con el absurdo, su ejercicio eficaz y lujoso. Cortázar, que le escribió una carta a su madre diciéndole que escribir teatro le parecía demasiado difícil, ante el pedido de ella para que él escribiera teatro, cuando el teatro podía ser más redituable que la literatura, sobre todo en Francia. Bueno, yo necesito que sepamos qué vamos a absurdear, pero eso es algo que me pasa a mí. Hay otras maneras de abordar lo político o la política si querés en el teatro que resultan muy eficaces y comprometidas y que van en la marcha de los procesos creativos averiguando sobre qué trata la obra, en algunos casos incluso se estrenan trabajos cuyos integrantes aún no lo saben y para mí, como espectador, pueden ser muy disfrutables también, pero no es mi forma de trabajo. Yo necesito saber, como dijo hace poco Rita Cortese en un tic toc, cómo queremos vivir, cómo queremos morir, cómo queremos amar, yo agregaría cómo queremos enloquecer, saber eso antes de estrenar, compartir la ideología referida a un proyecto en particular con el equipo de laburo, y que podamos juntarnos en nuestras diferencias. Las políticas artísticas son muy locas pero están teñidas de la historia social y tienen un vínculo estrecho con el presente. Si ésto no podemos verlo para mí es difícil trabajar. La propuesta de escribir una obra sobre la desaparición de Facundo Rivera Alegre surge porque el Teatro Nacional Cervantes, que es el único teatro nacional que hay en todo el país, lógicamente enclavado en el centro de la ciudad de Buenos Aires, abre una convocatoria federal en pandemia para montar allá una dramaturgia por provincia. Yo pensé automáticamente, tengo que presentar una obra que hable de Córdoba. Y acá cuento algo mágico real que me pasó: estaba buscando sobre qué escribir y salí una noche en la bici a dar vueltas, no había un alma en la calle, y me encontré con la respuesta en una pared cerca de mi casa, el stencil de Facundo me miraba cómplice. Y me largué a escribir sobre todo con las ganas de hacerlo aparecer, el teatro puede hacer hablar a lxs muertxs, puede hacer bailar a lxs desaparecidxs, puede hacer lo que la justicia no quiso en el caso de Facundo, y de tantxs otrxs. Yo conocía a Viviana María Alegre, la mamá, desde hacía varios años, me acuerdo que la primera vez que la escuché no podía entender más nada en lo que decía que la imágen viva de un grito, después escuchandola más y en distintos ámbitos me quedó más claro su relato de vida, fue algo que tuve muy presente a la hora de escribir en primera persona como si fuese ese jóven de 19 años que aún hoy sigue vagando, riendo, enfurecido y tierno dando vueltas por nuestra ciudad. La obra se llama «La ilusión del rubio», hay en el texto cuestiones de datos que me parecía que servían para cachetear un poco lo que supieron producir los medios hegemónicos de comunicación y generar un anclaje cultural para vincularse con las potenciales lecturas y también hay ficción, que es ahí donde intenté distanciarme un poco para poder introducir el elemento propiamente artístico. Lo que resulta es algo que se presenta mezclado, la intención es generar un documento teatral que no puede reconocerse por partes «dato» y partes «ficción». El Teatro Cervantes produjo un espectáculo con dirección de Gastón Marioni y actuación de Martín Slipak. El espectáculo les quedó muy bien y pudieron hacer muchas funciones, incluso en dos oportunidades vinieron a Córdoba con el apoyo de la familia de Facundo Rivera Alegre. Después de tres años me han devuelto los derechos de autor y actualmente los cedí a un grupo de Córdoba que están empezando a trabajar en su propia versión.       

40 años de democracia, las persecuciones, el hostigamiento, las desapariciones persisten pero cambiaron les sujetes destinataries de estas políticas represivas, ¿Crees que las distintas expresiones artísticas están acompañando a estos sectores que denuncian violaciones a los DD.HH.? ¿Qué reflexiones podrías compartir al respecto? ¿Cuáles son los desafíos como artista?

Me parece que hay reclamos que encuentran personas que empatizan y se acercan para acompañar y otros que no. Sobre todo me parece que esto tiene que ver con una cuestión de clase y con una serie de identificaciones. Y las personas que se acercan no necesariamente son artistas y eso también es muy positivo, porque lo más saludable es que el acercamiento sea genuino. En el arte hay mucha pose, cierto extractivismo. Hay que tener cuidado. Después es importante que la ficción se acerque para contrarrestar lo que producen quienes arman las condenas sociales pero no puede ser algo forzado. Siguiendo las cifras que arroja el estudio que hizo Adriana Meyer en su libro «Desaparecer en democracia», desde diciembre de 1983 hasta julio de 2021 se produjeron 218 desapariciones forzadas. Hay que tener en cuenta que el estudio de Meyer no toma los casos de desapariciones que no puede comprobar la participación del Estado, como son todos los casos personas desaparecidas vincualdas a la trata de personas. Pero es cierto, a mi modo de ver, que no pueden en un territorio desaparecer cuerpos sin la participación directa o indirecta del Estado, por lo que la cifra se duplicaría. Es un montón. Y si le sumamos los casos de gatillo fácil, los casos de violencia de género contra las mujeres, transexuales, travestis, las cifras en nuestro país alcanzan números escalofriantes durante el período democrático. Los casos de abuso sexual infantil, el ecocidio. Es una línea que se proyecta desde la dictadura. Y como sabemos, antes de la dictadura también había persecusión política, hostigamiento por el género sexual, asesinatos, violencia contra las infancias, incluso desapariciones donde estaba implicado el Estado, no podemos esperar así como venimos un próximo genocidio, es necesario me parece recuperar nuestro derecho a ser felices y ese creo que es un desafío como artista, escuchar lo que sucede y proponer absurdos posibles.      

Para finalizar, en estos últimos años los sectores de la derecha fascista  amenazan a los pueblos provocando golpes de Estados (Bolivia, Perú), o con  expresiones pos asunción de Lula en Brasil, entre otros casos. ¿Cómo crees que se pueden construir otras narrativas que aporten a una memoria colectiva para fortalecer la consigna que madres y abuelas de plaza de Mayo nos enseñaron cómo Nunca Más?

Como dijo Nora Cortiñas éste último 24 de Marzo: lo que digan los fascista no puede interrumpir nuestra lucha. Ella es alguien que nos junta. Habla de algo nuestro, y lo diferencia del fascismo. Y dice: Que no nos interrumpan. La amo. En Diciembre de 2022 gestamos un ciclo junto a Irina Hayipanteli y Agustina Blanc en la Imprenta del Pueblo Roberto Matthews, el Archivo Provincial de la Memoria y el Espacio Cultural San Martín, todos espacios recuperados desde diferentes perspectivas políticas y en distintos momentos históricos, donde convocamos a artistas de Córdoba para trabajar, en esos sitios, la temática de las revueltas de Diciembre 2001 en Argentina. Se presentaron los trabajos de Julieta Tabbush de Neuquén (Teatro de sombras), la obra de circo «Recorte de Jorge Cárdenas Cayendo» (Buenos Aires), una instalación escénica del fotógrafo cordobés Gabriel Orge y los resultados de las investigaciones escénicas que llevaron adelante en residencia los grupos cordobeses Distancias Mínimas (teatro autobiográfico), Hartivistas (danza) y Grupo Coyote (teatro de objetos). Fue una expresión de técnicas, espacios y grupos diversos con un objetivo común: abordar la temática del 2001 con el eje de la recuperación. Desde mi perspectiva lo viví como un gran ensayo colectivo desde el arte para fortalecer el imaginario sobre qué tipo de sociedad queremos ir reconstruyendo.    

Fotos: Santiago Rocchietti