*Por Fernardo Vanoli

En 1994 muere Derek Jarman a causa del sida. Pocos años antes, al descubrir que era VIH positivo, el cineasta británico decide mudarse al sur de Inglaterra, a un lugar alejado y de clima hostil. Una casa próxima a una planta nuclear, pero también cerca del mar. Su principal objetivo era dedicar sus días a la jardinería, una actividad que reconoce presente a lo largo de su vida. Durante 1989 y 1990 escribe un diario sobre su cotidiano en la Prospect Cottage, narrando la victoriosa odisea botánica en la cual decidió embarcarse:

«A quien corresponda / en las piedras muertas de un planeta / al que ya nadie recuerda como tierra / ojalá logre descifrar este opaco jeroglífico / y pueda realizar una arqueología del alma / a partir de estos fragmentos preciosos / esto es todo lo que queda de nuestros efímeros días / aquí, al borde del mar / he plantado un jardín de piedras / un dolmen de dientes de dragón se erige / en defensa de la galería / resueltos guerreros».

El diario fue publicado como libro bajo el título Naturaleza Moderna (se puede conseguir hoy por la editorial Caja Negra) y relata minuciosamente su experiencia con las plantas. A la par, recuerda momentos de su vida y jardines prestados que le dan sentido a ese apego por la naturaleza. Podría ser solo un registro botánico, sin embargo, las páginas de su diario también recorren la angustia por el virus, discordancias con el cine, y un gran aporte para el devenir queer.

En las primeras páginas del diario, Jarman declara que el mundo está determinado a entristecer la vida de los homosexuales y que los “expertos” señalan su sexualidad como un estado de confusión. Pero asegura que, «antes de que esto termine», va a celebrar nuestro rincón del paraíso. Con esa referencia a una parte del mundo que Dios olvidó, en 1990 estrena “The Garden” (El jardín), una película de tono experimental y con pocos diálogos, protagonizada por personajes con identidades disidentes en una trama que desmorona la moral del mundo cristiano. La película se sitúa en el inhóspito paisaje que rodea la Prospect Cottage y su edénico jardín.

Después de estrenar The garden, el avance del virus complica su estado de salud y Jarman comienza a perder la visión. En 1993 estrena “Blue” (Azul), una película que consiste en un fotograma fijo de color azul y sobre el que confluyen un relato, efectos de sonidos y música. La narración de su propia voz explora asociaciones entre la progresiva pérdida de la vista, los reflejos azules que todavía conserva, y el virus como único responsable. La pérdida, lo invisible, el silencio en torno al VIH/SIDA, el virus como un fantasma, la comunidad gay abandonada. El guion de Blue también podría ser un diario, una poética contra el sida: «Lo peor de la enfermedad es la incertidumbre. Hace seis años que interpreto una y otra vez este guion […] El virus se vuelve feroz. Ya no tengo amigos que no estén muertos o muriéndose. Como si una avalancha azul los hubiera alcanzado. En el trabajo, en el cine, en las manifestaciones, en la playa. Arrodillados en la iglesia, corriendo, volando, silenciosos o protestando a gritos».

El cine de Jarman comienza antes del virus, sus primeros films fueron señalados como un cine para maricones. Aunque a modo de crítica, probablemente fue el mejor halago. Reconocía el poder de las películas como dispositivos para sentirse reflejado e identificado, y el vacío que la falta de representación suponía para las identidades disidentes. Esto constituyó una ética que consolidó su rol como director en torno a la producción de cine gay. Sus películas son manifiestos de estéticas y tramas queer, que confrontan los mandatos sociales. Con un perfil independiente, sus films de los años 70 y 80 exploran desnudos masculinos, personajes homosexuales e históricos.

Los años se vuelven complicados con la llegada de Thatcher al gobierno. La persecución a quienes “promocionaban la homosexualidad” intentaba constituirse en ley, pero Jarman se volvía cada vez más activo en el campo audiovisual y en su activismo personal. En esos años hace de público conocimiento que era VIH positivo, accede a realizar entrevistas e instala el tema en la agenda pública.

«¿Cómo enfrentar la aurora con alegría, si estoy paralizado por este virus que circula por mis venas como una cobra mortal? […] y todo esto por hacer el amor, no la guerra».

En 1986 estrenó Caravaggio, una película que recorre la vida del pintor barroco del siglo XVI, alejada de un registro documental y más próxima a la inspiración en torno a sus pinturas. Enfoca la vida personal del pintor, como un protagonista homosexual, creando un gesto político para hacer estallar el contenido religioso de sus pinturas y las transacciones con la iglesia de la época. Con dramatismo barroco construye una sexualidad disidente, al decir de Almodóvar, entre el dolor y la gloria.

Al resguardo de su jardín y afectado por las consecuencias del VIH consolidó su singular gesto creativo y político, que desde el comienzo tuvo una mirada estratégica y provocativa sobre la historia (figuras importantes y consolidadas en la cronología social, política y cultural, atravesadas por la religión como mandato) para desbaratarla con contundentes resultados.

Desconfío de las genealogías que atribuyen un comienzo unívoco a las cosas, pero lo cierto es que Jarman es ineludible para comprender la emergencia del cine queer.

Bonus track: El VIH es un tema tristemente ineludible en el camino de las historias queer. A fines de los 80 se funda una organización en Nueva York conocida como act up, con el propósito de darle visibilidad a lo que estaba sucediendo con el virus y provocar un impacto político que le ponga fin. Rápidamente se expande por otras geografías y se crean grupos de act up en Europa (el mismo Jarman menciona en su diario la participación en las protestas que organizaban). En el 2017 se estrena “120 pulsaciones por minuto”, película francesa dirigida por Robin Campillo, que narra las intervenciones de estos grupos en París a principios de los años 90. El tiempo y la visibilidad es una cuestión de vida o muerte para las militancias que persiguen la cura, y el film se encarga de exponer la estigmatización social, el abandono político y los intereses farmacéuticos. La trama recorre las experiencias personales y los debates internos del grupo con sensibilidad impecable.

*Fernando Vanoli es Arquitecto y Doctor en Estudios Sociales de América Latina por la Universidad Nacional de Córdoba. Docente, investigador, y becario postdoctoral de CONICET.