*Por Fernardo Vanoli

Los formatos audiovisuales tienen un efecto demasiado influyente sobre nuestras subjetividades, sobre todo cuando tienen alcances masivos. Películas, telenovelas, series, canales de youtube, etc. construyen formas eficaces de vender estilos de vida, captar público y sostener el status quo. El arte por allí se cuela, irrumpe, crea. «La creatividad es siempre disidente» decía Félix Guattari, pero pocas veces ilumina la vida cotidiana.

Cada época tiene sus matices y sus formatos más expandidos: hoy reconvertimos las novelas de los 90 y los 2000 en memes y nos reímos con nostalgia de aquellas producciones que moldearon buena parte de nuestros patrones de normalidad. Novelas y cine comercial de la televisión, lo que había disponible en el videoclub o, si tenías mayor fortuna, la cartelera de los cines. También se filtraba I-sat, y poco a poco el internet pirata fue brindando otras alternativas. En fin, el cine construye mundos y horizontes de deseo, pero también moldea subjetividades poco felices como el amor romántico y el mantra de la heteronormatividad. Si bien el cine gay, disidente o LGBTIQ+ existe desde siempre, no ocupaba los lugares masivos y su acceso era limitado. A diferencia de la era Netflix donde los contenidos tipo Sex Education o Heartstopper (los cuales celebro a la vez que vigilo) están en primera plana.

Hace un tiempo vi en el Cineclub Municipal la película de amor del argentino Lucio Castro: “Fin de siglo”, su ópera prima.

Relata la historia de un encuentro casual entre Javi y Ocho, quienes están de paso en Barcelona, gran parte de la película registra sus conversaciones mientras pasean a modo turistas por la ciudad. La trama tiene un punto de fuga al pasado, generando reencuentros e incluso dejando a libres interpretaciones algunos quiebres espacios-temporales. Un destello de la trilogía de Richard Linklater (antes del amanecer, atardecer y anochecer) pero con una sustancial diferencia: esta historia de amor es entre dos varones.

El film no plantea una historia sobre el devenir gay, a través de la relación entre los protagonistas, el guion explora sobre el amor, los vínculos y la seducción. El director comenta en una entrevista que en esta película la homosexualidad no es un problema, no aparece como un conflicto, queda como un dato en segundo plano. Una mirada sobre las relaciones y el amor que podría ser universal. Lejos de despolitizar el tema, ese podría ser su efecto eficaz: normalizar un presente diverso que escape de la heteronorma, o al menos de los relatos de amor heterosexuales como único horizonte de felicidad.   

Bonus track: Contemporánea a “Fin de siglo”, la película israelita “Sublet” de Eytan Fox, narra el vínculo que construye un periodista del New York Times de visita en Israel, con un joven -de muchos menos años- quien le alquila su departamento para su estadía. Mucho de ese encuentro también discurre entre sus conversaciones y paseos por las calles de Tel Aviv. Como en el film anterior, el devenir gay tampoco es el nudo de la historia, pero si la primera discurre entre temporalidades que recorren la juventud y la madurez, en “Sublet” la trama se sitúa en las vicisitudes de una relación intergeneracional.

¿Sólo el hecho del protagonismo queer hace que las películas dejen de reproducir mandatos? Siempre puede estar ahí agazapado el amor romántico, el drama absurdo, la blanquitud, el capitalismo intacto, y tantos otros males de este mundo fracasado (dixit Susy Shock). Cuando se trata industrias comerciales y masivas, más evidente se hacen las estrategias de pinkwashing. En todo caso, estamos tejiendo un debate actual y abierto, pero más allá de eso, el cine es esencialmente para disfrutarlo y, si además, abre más puertas, habrá que celebrarlas.

*Fernando Vanoli es Arquitecto y Doctor en Estudios Sociales de América Latina por la Universidad Nacional de Córdoba. Docente, investigador, y becario postdoctoral de CONICET.