La memoria de la Negra Avendaño arde con Darío y Maxi
Por Alexis Oliva *
El movimiento piquetero encarnó por estas latitudes la principal resistencia al neoliberalismo en los años 90 y después. Por sus legítimos y urgentes reclamos, por la impronta solidaria de su organización y sobre todo por el coraje de esos hombres y mujeres desocupades –y también niñes y ancianes– que pusieron sus cuerpes para enfrentar la violencia represiva en las rutas argentinas. Sus cuerpes y en muchos casos sus vidas.
Uno de los focos de combustión en esa Argentina que estallaría en diciembre de 2001 y seguiría ardiendo en conflictos como el que puso contexto al alevoso asesinato policial de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, fue la ciudad de Cruz del Eje. Ya desde mediados de los 90, con la creación de la Coordinadora de Desocupados y la primera “pueblada” de mayo de 1997, la “Cuenca del Sol” se instaló como escenario beligerante en una provincia rica pero injusta, con gobernantes siempre sedientos de proyección nacional.
En esa comunidad que venía juntando bronca desde la dictadura cívico-militar –con 18 desaparecides y asesinades en una ciudad de alrededor de 23 mil habitantes– y el ferrocidio –expresión acuñada por el gran Juan Carlos Cena– que liquidó dos mil puestos de trabajo, agravada por un largo rosario de promesas incumplidas en democracia, irrumpió una militante llamada Viviana Negra Avendaño.
Hija y nieta de madres solteras, nacida en la popular Villa El Libertador, Viviana fue –como su hermana mayor Juana del Carmen– una revolucionaria adolescente. Ambas militaron en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), donde Juana llegó a ser sargento de su Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) mientras paría una hija en cautiverio y otro niño en la clandestinidad, antes de ser secuestrada junto a su esposo, recluida en el campo de La Perla, asesinada y desaparecida. Viviana se enroló en Juventud Guevarista del PRT y creó una célula proto-guerrillera de “apoyo al ERP”. En una de sus acciones cayó prisionera del terrorismo de Estado y fue en Córdoba la más joven presa política de la dictadura. El salir de la cárcel, militó en organismos de derechos humanos y luego se sumó a la Juventud del Partido Comunista, que la envió a la célebre escuela de juventudes comunistas de Komsomol en Moscú. Al mismo tiempo, convertía en bandera política su identidad disidente, como activista del naciente movimiento de lesbianas feministas en Buenos Aires, y se formaba como educadora popular.
En junio del 2000, durante el Gobierno nacional de Fernando de la Rúa y provincial de José Manuel de la Sota, el conflicto social en Cruz del Eje recrudeció y les desocupades volvieron a cortar la ruta nacional 38. Viviana vivía por entonces en el pueblo vecino de San Marcos Sierras y se incorporó con su compañera Laura Lucero al movimiento, sin buscar protagonismo y sin que casi nadie –excepto la Policía de Córdoba– conociera su historia militante.
Su experiencia comenzó a ponerse en acto desde las primeras tareas organizativas y contactos con los medios de comunicación, y se tornó indispensable durante el violento operativo policial del 8 de junio, encabezado por el propio jefe de la fuerza Luis Iturri al mando de un par de centenares de agentes de la Guardia de Infantería y otros cuerpos de elite. Entre los balazos de goma, los garrotes y los perros, entre los manifestantes heridos y encarcelados, entre el acoso de los policías de uniforme y de civil, Viviana encabezó la resistencia colectiva, primero para protegerse y luego para reagruparse y permanecer en las inmediaciones de la ruta.
El triunfo popular, la muerte y la sospecha
La represión fue un intento de apagar el fuego con nafta. A la mañana siguiente, ante una masiva asamblea en el centro de la ciudad, la Negra arengó: “¡Responden al hambre del pueblo con palos y balas! Es lo que han hecho en Salta, en Chaco, en Corrientes y lo que siguen haciendo. Entonces, si estamos dispuestos a enfrentar eso, este modelo de país que nos ha dejado afuera… Porque seamos conscientes, nos ofrecen 120 pesos porque sobramos. ¡Somos la basura de este sistema! Para ellos no somos nada, no podemos comprar, no podemos trabajar, no tenemos estudio. No tenemos nada. Entonces, ¡para ellos sobramos!”.
Sin que hiciera falta terminar la frase inconclusa, unas cuatro mil personas volvieron a copar la ruta y la protesta de les desocupades se fortaleció con la participación de sindicatos, centros de estudiantes e instituciones representativas de sectores productivos. Al anochecer de ese viernes 9 junio, Viviana coordinó en la ruta otra agitada asamblea que decidió levantar el corte a cambio de la liberación inmediata de los detenidos y la promesa oficial de abrir una mesa de concertación a partir del lunes siguiente.
Ese protagonismo no buscado pero inexorable le deparó el acoso del aparato de inteligencia policial instalado en Cruz del Eje. Así como en la cárcel dictatorial el poder la definió como “irrecuperable”, en una ruta en conflicto intentaron estigmatizarla con los rótulos de “infiltrada” y “tortillera”, al mismo tiempo que era amenazada por las autoridades policiales, al menos en dos ocasiones corroboradas por testigues. Al día siguiente, en el acceso a Cruz del Eje sobre esa misma ruta, Viviana y Laura murieron en un sospechoso choque contra un camión, presunto “accidente” cuyas causas la Justicia jamás investigó. Un testigo nunca convocado dijo haber visto “una maniobra rara” de una moto detrás del vehículo que conducía Viviana.
La “herética trinidad” y su legado
Hace unos días, un centenar de personas les rindió homenaje a Pabla Pituca Avendaño y a sus hijas Juana y Viviana en el Espacio para la Memoria de La Perla, al inaugurarse el proyecto “Memorias para seguir luchando”. Las compañeras trabajadoras del Espacio eligieron “celebrar la vida de las Avendaño, tres compañeras presentes en las luchas populares por la justicia social desde la lucha revolucionaria, la comunicación y la educación popular. Un legado vivo que insiste en la búsqueda colectiva de otros mundos posibles”.
En esa inolvidable jornada, revolucionaries de los años 70, sobrevivientes del terrorismo de Estado, camaradas de Viviana en el Partido Comunista, compañeres de la lucha piquetera, referentes del activismo por los derechos humanos, militantes de organizaciones sociales y políticas, artistas plásticos y cantautores compartieron sus testimonios y su arte con esa mujer de 90 años, pañuelo blanco en la cabeza, fortaleza y sentido del humor a prueba de opresiones. Esa mujer que dijo: “El homenaje no es para mí. Lo único que yo he hecho, y lo reconozco, es haber parido dos mujeres extraordinarias”.
Como decía el texto de la convocatoria, Pituca Avendaño es la sobreviviente de “una herética trinidad política, una célula revolucionaria donde está contenido el ADN de la conflictiva historia argentina. Testimonio de una familia azotada por la matriz de inequidad económica y social, paradigma de una familia flagelada por el terrorismo de Estado. Pero también arquetipos de la resistencia psicológica del ser humano, de la capacidad de reinventarse a sí mismas, de afrontar y superar los propios miedos y depresiones, de cultivar amistades inquebrantables, de enamorarse y vivir la sexualidad y el amor en plenitud y libertad”.
En este 20 aniversario de la masacre del 26 de junio de 2002, en un país que no termina de sacarse de encima las herencias dictatoriales y siempre amenazado por la derecha neoliberal y su proyecto de sociedad con privilegios, exclusiones y represión, el desafío es “cómo multiplicar el ejemplo” de los Daríos, los Maxis y las Negras Avendaño. Por lo pronto, vale la recomendación de Pituca en una charla junto a quienes compartieron los últimos días de su hija menor: “Yo no perdí a mis hijas para que ustedes se pongan a llorar. ¡Levántense y sigan la lucha!”.
* Periodista y docente. Autor del libro “Todo lo que el poder odia – Una biografía de Viviana Avendaño (1958-2000)”.